Acostumbrada
a vivir entre las sombras, me aparté de toda luz cercana. Observé la realidad
desde la distancia, aprendiendo de ella, desencantándome cada vez más. Pero por desgracia para mí también aprendí
que, de vez en cuando, surgía una pequeña pero intensa luz que hacía que el
resto del mundo pareciera insignificante.
Pasé el
tiempo en mi pequeña cueva soñando con encontrar esas luces en el mundo. Sabía
que era difícil, pero no imposible, así que una parte de mí mantenía la
esperanza.
Un día
me aventuré a salir de mi cueva para investigar. Encontré una brillante aunque
solitaria luz, y al hablar con ella comprendí que tan solo estaba
asustada, pues en el mundo no había
lugar para la luz. Así pues, le prometí que cuidaría de ella, que no seguiría
sola, por lo que no debía estar asustada.
Así fue como encontré una luz cercana, una luz con la que poco a poco me atreví a alejarme más de mi hogar, pues debía protegerla. Pero de pronto y sin entender por qué, esa luz empezó a oscurecerse. Su brillo se hacía más débil y comenzó a olvidar que un día prometió brillar para mí. Por más que lo intenté no pude hacer nada, la luz se apagó, se sumió en la oscuridad, en esas tinieblas de las que tanto había huido, causándome dolor.
Asustada
y herida volví a refugiarme en mi hogar, haciendo lo imposible por no salir de
allí nunca más, por no confiar en nadie más, por no soñar nunca jamás. No
importaba cuantas luces hubieran en el mundo, siempre se volvían sombra,
siempre causarían dolor, y mis hombros ya pesaban demasiado como para soportarlo.
Aún hoy
me pregunto por qué no pude evitarlo. Tal vez esa luz estaba perdida, tal vez
nunca pudo escucharme, tal vez no era capaz de ayudarla, o tal vez,
simplemente, se cansó de brillar para
mí.
(Cuento compartido con mi otro blog "My little world")